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Oscar Moro: Entre palillos y flores

  • Foto del escritor: Fugitivos
    Fugitivos
  • 8 dic 2020
  • 9 Min. de lectura

Vida, obra y momentos imborrables del rosarino, considerado uno de los bateristas más destacados de la historia en nuestro país.

Oscar Moro. Fotografía: Diario Conclusión.
Por Axel Battyán Padró, Germán Faletti, Enzo Gómez Billordo y Elisa Soldano.

Los últimos rayos de luz se apagaban sobre las cúspides de los edificios y la jungla de cemento anticipaba el fin de la rutina. Los relojes invisibles del centro rosarino giraban sobre los años 60’s e indicaban el momento preciso en que la ciudad renacía al son del rock and roll.

A medida que las persianas caían, brotaban adolescentes que caminaban en séquito hacia el bar Manhattan, ubicado en Maipú y Córdoba, un lugar de encuentro donde la única ley era compartir la música que llegaba como un débil eco desde el norte del mundo. Entre el vapor del café, los solos y las letras indescifrables, se gestaba la antesala del rock nacional.

En medio de la masa de cabellos rebeldes, se destacaba un joven alto, callado y de mirada pícara. Oscar Moro, como lo llamaron sus padres, o “Flaco”, como lo apodaron sus amigos, era un tipo simple y virtuoso, incapaz de despertar enojos. A pesar de no haber estudiado música, el joven se destacaba en la batería, una pasión que descubrió al pasar horas junto a sus amigos intentando sacar de oído los temas que tocarían como covers en bailes y fiestas.

El primer conjunto del que Moro participó se llamó “Los Halcones”. Sin embargo, al poco tiempo la banda se fusionó con “Los Diablos”, y así nacieron “Los Vampiros”, grupo que quedó compuesto por Moro, Gaetano “Kay” Galifi, Alberto “Puchi” Arce, Hector Pisano y Santiago Settecase. En los shows, el baterista hacía reír a sus amigos al hacer chistes e imitar los bailes de las parejas.

Quienes pudieron ver a “Los Vampiros” en acción, recuerdan algunas actuaciones en el Club Francés o en la Facultad de Ingeniería de Rosario. En una de estas presentaciones, las leyes de la física le jugaron una mala pero anecdótica pasada al músico: al hacer sonar el bombo de la batería, el instrumento se le iba para adelante y quedaba al borde del escenario. Esa noche, Moro fue baterista y plomo al mismo tiempo.

Durante su adolescencia, los jóvenes escuchaban e imitaban las melodías provenientes de la eclosión del rock and roll que se vivía en occidente. Rosario era un lugar de música under, desbordada de talento a punto de explotar. Oscar aún no lo sabía, pero tocaría como nadie los platillos, y alguna que otra alma.

Nació un baterista

El año 1948 llevaba 24 días cuando Oscar Moro nació. Fue el único hijo de un matrimonio mayor: ella ama de casa y descendiente de franceses y él un fumador empedernido que trabajaba como representante de Vermouth Cinzano. Ninguno de los dos mostraba un especial interés por el arte, salvo por el trabajo de restauración artesanal que la madre realizaba sobre muebles antiguos.

La familia –de clase media alta- vivía en un departamento ubicado en Buenos Aires y Rioja, arriba de donde hoy se encuentra el bar “La buena medida”. Pero la cosa para los Moro se complicó cuando el padre comenzó a tener problemas en los negocios y debieron vender gran parte de sus bienes quedando “en la lona”.

La infancia de Oscar fue algo solitaria, mediada por una tensa relación con sus padres. El músico solía recordar que cuando tenía 8 años, su papá lo mandaba a putear frente a las casas de los tipos que lo habían hundido y reconoció que estas condiciones le forjaron un carácter sensible y frágil.

Pero la música estuvo ahí desde el principio. Cuando era niño, Moro enloquecía por los desfiles militares, abriéndose paso entre la gente para asegurarse un lugar en primera fila y observar cómo los músicos tocaban el redoblante y los bombos. Cuando llegaba a su casa, imitaba la escena haciendo sonar ollas y monedas.

Fue a la escuela primaria Sarmiento y cursó sus estudios secundarios en el Liceo Avellaneda. En ambas instituciones coincidió con otro reconocido músico del país: Litto Nebbia. La amistad entre ambos comenzó en la adolescencia y gracias al rock. Una tarde de mediados de los 60’s, Nebbia caminaba junto a Raúl “Cacho” Marchetti por las angostas veredas de Rosario, cuando se cruzaron con Moro, quien los paró y les preguntó si les gustaba la música. Así, nació un grupo de amigos que pasaban largas jornadas debatiendo sobre estilos, sonidos y canciones.

Los Gatos. Fotografía: El Mercurio Digital.

Una noche, Oscar y Litto -que entonces ya usaba el pelo largo- caminaban por la periferia de Rosario rumbo a una timba de póker, cuando los empezó a seguir un tipo en moto, quien se subió a la vereda bloqueándoles el paso y apuntó a Nebbia con un revólver, amenazándolo de muerte por su look. Ante la inmovilidad de su compañero, Moro se arrodilló y suplicó que no lo matara, prometiendo sobre el asfalto que al día siguiente arrastraría a su amigo hasta una peluquería.

El adiós a Rosario

- ¿Ciro? ¿Cómo estás? Voy a ir para allá en las vacaciones. ¡Voy con Moro!
- ¿Querés venir a tocar a los carnavales? Traete la guitarra.

Esta conversación telefónica entre Ciro Fogliatta y Hector Pisano, antes de los carnavales de 1967, cambiaría el devenir de las cosas. Tras la separación de Los Gatos Salvajes, Fogliatta -uno de los miembros- había conseguido una changa para tocar con el dúo Sam & Dan, pero le faltaba completar la banda, por lo que recurrió a sus viejos amigos rosarinos.

Pisano no solo cargó su viola al tren, sino que ayudó a su amigo Oscar Moro a subir las partes de la batería mientras los padres, con los ojos vidriosos, agitaban sus manos en el aire y contenían la respiración. Los jóvenes encaraban el viaje sin saber que era su despedida de Rosario, a pesar de que hubo varias vueltas; la primera de ellas fue para avisar que no regresaban.

En Buenos Aires, los músicos se instalaron en una pensión donde imperaba el hambre -comían fideos sin sal y de la olla- pero no faltaba el buen humor. En palabras de Fogliatta, Moro fue el músico que más progresó artísticamente durante las presentaciones junto al dúo.

Una vez que finalizaron los carnavales, los rosarinos decidieron quedarse en la gran ciudad. Sin más presentaciones junto a Sam & Dan, Folgiatta decidió volver a reunir a Los Gatos -esta vez incluyendo a Moro y a Pisano- y el grupo comenzó a actuar en el bar “La Cueva”. Durante esta época, Moro no sólo se ganaba la vida tocando la batería, sino que también conducía un transporte escolar.

Como La Cueva tenía un horario de cierre establecido, cuando bajaba sus persianas los músicos se reunían para seguir tocando o charlando en la cercana Plaza Francia o en el bar La Perla de Once, ubicado a cuatro cuadras de la pensión, donde permanecían hasta la madrugada a pesar de que allí sólo se podía tocar en el baño.

Fotografía: Filo News.

El grupo comenzó a tener cada vez mejores repercusiones y se animó a dar una prueba en la discográfica RCA Vik. El resultado fue exitoso y Los Gatos se encaminaron a grabar su primer single. No obstante, a Moro le llevó su tiempo adaptarse a la ciudad, donde las pérdidas de orientación y las confusiones eran moneda corriente.

Sus amigos todavía se ríen al recordar la frustrada grabación en los estudios TNT, cuando la banda había quedado en encontrarse en la puerta del lugar, pero el baterista fue la gran ausencia. Después de esperarlo tres horas, los desanimados músicos volvían en taxi hacia la pensión, cuando una escena llamó su atención. Sentado en la vereda de un estudio ubicado frente al Congreso de la Nación, un muchacho de rulos contemplaba su batería con cierta tristeza. Moro se había equivocado de dirección.

Próximo destino: Nueva York

Para 1969, Los Gatos se encontraban en un parate. Moro, Fogliatta, Galifi y Alfredo Toth, cuatro de sus integrantes, se embarcaron hacia Nueva York para grabar material. Galifi y Toth estuvieron allí sólo unas semanas, pero Oscar y Ciro permanecieron varios meses.

El dúo paraba en el barrio Greenwich Village y vivía de prestado en un local abandonado, que en algún momento fue una peluquería. Allí tenían muy pocas cosas, entre las que se encontraban dos colchones inflables que utilizaban para dormir. Sin embargo, los argentinos se las arreglaban para visitar el teatro “The filmore east”, centro del rock en esa época, donde vieron dos veces a The Who y a artistas como Chuck Berry y Albert King, entre otros. Durante su estadía en Estados Unidos, Moro también cumplió uno de los sueños de todo músico: ver a Jimmy Hendrix en vivo en el Main Stage Scuare Garden.

Mientras se encontraba en Nueva York, a Moro le ofrecieron algunos trabajos como baterista, pero los rechazó por diversos temores derivados del contexto social. “En esa época no todo Estados Unidos era como la zona del Village. En el sur nos miraban con cara rara por tener el pelo largo”, recordó Fogliatta.

Para junio de 1969, Nueva York estaba empapelada con carteles que anunciaban el festival de Woodstock. El evento duraba tres días y los asistentes debían pasar las noches en carpa, siendo este un aspecto que a Fogliatta no le terminaba de cerrar, por lo que expresó ciertas resistencias para ir. El que sí estuvo presente desde el minuto cero fue Ted, un adolescente estadounidense que forjó una fuerte amistad con los rosarinos.

La tapa de 'La Grasa de Las Capitales', icónico disco de Serú Girán. Fotografía: Wikipedia.

Por esto, los argentinos armaron el siguiente plan: el segundo día del festival, Ted llamaría para indicarles cómo llegar hasta Woodstock. Pero las noticias se anticiparon y advirtieron que el lugar fue declarado como “zona de desastre”. Así, Moro se quedó con la espina de haberse perdido el festival y años después, le tiraría a su compañero algún palo por el fracaso del viaje.

En 1971, tras un breve regreso de Los Gatos, los músicos volvieron a tomar caminos diferentes: Moro, Fogliatta, Toth y Norberto “Pappo” Napolitano, viajaron a España. Sin embargo, sólo Ciro perduró en el viejo continente, ya que el resto del grupo tenía fuertes ataduras amorosas en Argentina.

La vida familiar

En 1978, nació Juanito, el único hijo de Moro y su compañera Regina, quien heredó de su padre la pasión por la batería. “No me puedo quejar, amor nunca me faltó, pero había un vertiginoso ritmo de vida”, recordó.

En esos días, Charly García y David Lebon le habían propuesto formar Serú Girán, pero para conocer más detalles le propusieron ir a Búzios junto a su familia. Así, Moro, Regina y Juanito se instalaron en la localidad brasileña junto a las familias de los otros músicos, bajo un estilo de vida que ellos denominaron como “hippie”.

Moro se definía como un tipo muy sensible, a quien eventos como la Guerra de Malvinas lo conmovieron profundamente. Esa misma sensibilidad también lo llevaba a meterse de lleno en los discos y las canciones y ser capaz de emocionarse hasta las lágrimas con los sonidos.

Oscar Moro junto a su hijo Juanito. Fotografía: juanito_moro (Instagram).

Durante este período, atravesado por la dictadura cívico-militar, el músico rosarino cayó en cana algunas veces. Si bien era por cosas menores y sólo pasaba un par de horas detenido, nunca se le abrió un expediente judicial, pero las golpizas por parte de los uniformados no faltaron.

Contrario a lo que se piensa, la fama de Oscar Moro no estuvo aparejada a una buena situación económica. Sin embargo, cuando Serú Girán se separó, el baterista logró una estabilidad monetaria y familiar, ya que permanecía más tiempo en su hogar. “En casa nadie oficiaba de madre, padre o hijo, éramos como tres hermanos conviviendo”, sostiene el hijo de Moro.

Últimos años

Todas las personas que conocieron a Moro destacan su amor por Rosario, un sentimiento que siempre lo trajo de regreso a su tierra natal. Como su padre era un reconocido fumador, era habitual que al ingresar a la ciudad y divisar algunas nubes en el cielo, el baterista hiciera alguna humorada en donde atribuyera el fenómeno al humo que Don Moro exhalaba.

Además, el músico disfrutaba recibir cada Año Nuevo en su casa de Rioja y Buenos Aires y visitar a sus amigos. El deporte tampoco era un tema ajeno en la vida de Moro: si bien no le daba mucha atención, era un confeso hincha de Newell’s.

En el 2004 Moro decidió dejar de tocar en vivo, no sin antes darse el lujo de tocar junto a su hijo en la Sala Lavardén. Desde entonces, se instaló en su casa de Palermo (Buenos Aires), donde vivía con seis perros y seis gatos. “Yo ya hice un montón de cosas”, solía decir cuando alguien lo incentivaba a que vuelva a agarrar los palillos.

Oscar Moro falleció el 11 de julio de 2006, a causa de una úlcera. Antes de partir, le regaló su batería -del año 1967- a su hijo, quien evaluó que su padre “envejeció de golpe a causa de la vida que llevó”.

Rioja y Buenos Aires, la esquina en honor a Moro. Fotografía: Elisa Soldano.

Sobre las cabezas de los rosarinos, en la esquina céntrica de Rioja y Buenos Aires, donde alguna vez Moro jugó a ser baterista, hay una placa custodiada por palillos que reza: “Oscar Moro 1948-2006”.

En ambientes descontracturados y excéntricos, Moro fue la calma necesaria para que las bandas funcionaran. Grandote y bonachón, su voz se escuchaba poco pero transmitía calidez y humanidad, al igual que sus abrazos. Lo que no decía con palabras, lo volcaba con el equilibrio justo sobre los platillos. Furia y paz, alegría y tristeza, armonía y caos, rock y rock.


Entrevistas realizadas

  • Vía Zoom con Juanito Moro

  • Vía telefónica con Ciro Fogliatta

  • Vía telefónica con Alberto “Puchi” Arce

Fuentes

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